«Cruzando el puente, abrí puertas»

Docente por casi dos décadas. Años en los que sus mejores recuerdos se construyeron alrededor de las aulas. “Una vuelta hecha moño, una trenza por aquí y pasada por debajo, suéltala y la ojerita de la cabuya por encima y listo: el zapatico queda amarrado”, con paciencia y creatividad eran las instrucciones del profesor Edgar a sus estudiantes de primaria para que aprendieran a amarrarse los zapatos, memorias que hoy en día resumen su vida como maestro en Venezuela hasta el golpe de la migración.

Pidiendo “cola” de un punto a otro fue como Edgar atravesó la frontera para poder llegar a Colombia, una mano adelante y otra atrás eran su presentación y los títulos universitarios que lo acreditaban como docente guardados en una hoja de vida. Sin documentación legal, pero con la intención de trabajar, este docente de 49 años golpeó puertas por una opción laboral. Camino largo y complejo, así lo resumiría, sería lo que le tocaría recorrer a Edgar para vincularse a su oficio. El logo rojo de Save the Children llamó su atención y a partir de allí se unió a la misión de dar garantía a los derechos de la niñez siendo miembro de la organización. Así inicia su historia de superación.

La historia de Edgar en sus propias palabras:

“Un día en el puente de la frontera vi el logo de Save the Children, ahí no sabía cómo se llamaba la organización, pero el niño que los representaba me llamó la atención. Desde ahí investigué y poco a poco fui enterándome de su misión, la misma que yo soñaba con realizar, tras dejar mi hogar atrás”. Superación personal y profesional es la palabra con la que se identificaría a Edgar, un hombre de 49 años, 18 de ellos dedicados a la docencia en Venezuela.

“Soy docente de profesión y desde antes de educarme para ello la niñez siempre estuvo presente en mi vida. Antes como hermano, ahora como padre, abuelo y profesor de niños y niñas que buscan, como yo, salir adelante y tener una historia de vida distinta. Ahora, con los efectos de la migración, buscaba contribuir en mi país a través de lo que sé y así hacer más suave la diáspora que sufren nuestros coterráneos”, nos cuenta Edgar, desde un espacio amigable en Arauca. Edgar tiene un doctorado en docencia, pero en Colombia no tenía mayor posibilidad de ubicarse profesionalmente, porque no tenía documentación legal.

“El deseo de vincularme laboralmente con Save the Children no hizo fácil alcanzar los documentos legales, pero la intención de hacer lo correcto sobrepasó cualquier inconveniente que llegará a ponerme a prueba”, recuerda. Llegar a Colombia, como bien dice él, no fue “color de rosa”. Dejar su vida no le hicieron fácil su ingreso a un país vecino del cual solo conocía la frontera y los productos que por allí se comercializaban. Dos o tres trabajos en su país no eran sostenibles desde lo económico.

“Lograr vincularme a Save the Children, siendo venezolano, me abrió todo un mundo de oportunidades en compañía de un valioso grupo con el que trabajo en Arauca. Decir que dejar mi país no me dio tristeza y depresión sería mentir, pero allí me partía el lomo y no era suficiente para sobrevivir. Aquí sobrevivo, y demuestro mis habilidades y lo que la educación ha hecho con mi vida para cambiar realidades de los niños y niñas de este país”. A sus 31 años la convicción de ser maestro lo enamoró y terminó por convertirse en su vida y la de los niños y niñas que lo ven como un referente transformador de historias. “La docencia me ha dejado tantos recuerdos que son incontables. Siempre siendo un aprendizaje significativo.

Una de esas memorias que son imborrables es el cómo le enseñas a un niño o niña a amarrarse los zapatos. Algo que a simple vista podría ser significativo o rutinario para ellos es todo un descubrimiento mágico entre cada nudo que se ata. A ellos y ellas, quienes no superaban los cuatro años, les decía toma este cordón y has un ala de mariposa, animarlos el hacerlo era la diferencia del simple hecho de amarrar los zapatos. Su mirada al ver que ellos y ellas solos lo habían logrado era el mejor pago como docente. Lastimosamente eso quedó en memorias porque con la llegada de la migración, la educación se marchó”.

“Somos el cambio” es la frase que está estampada al frente de su camiseta blanca y que por detrás porta el logo de Save the Children, aquel que le causó curiosidad y lo motivó a ser parte del equipo que en espacios amigables busca garantía de derechos a los niños y niñas, de distintas regiones del país. Perú, Ecuador, Chile y España eran algunos de los destinos que los “coterráneos” de Edgar decidían como nuevo hogar tras salir de Venezuela, de él solo recibían el consejo de hacer el tránsito de forma legal, mientras veía poco a poco cómo su salón de clases iba quedando vacío con el éxodo de los niños y niñas, quienes reposaban en los escritorios.

“A mis amigos y familia siempre les decía qué documentación llevar, todo el tema de los certificados apostillados para no saltar a la nada. Yo los orientaba y les decía que tenían que tener un norte. Ahora, en la práctica, yo lo viví. Salí del país con miedo, pero también con un norte para seguir avanzando. Muchos sueños me acompañaron durante mi migración, y eso es algo que siempre busco decirles a las personas: los sueños dan vida, más aún en los momentos difíciles”, comenta.

Durante cuatro meses, de forma pendular, Edgar visitaba Colombia evaluando si dejar su país o no, si su familia lo acompañaría o no. Fue el 19 de diciembre de 2019 cuando tomó la decisión de dejar su hogar y radicarse en Colombia. “Espero que mis coterráneos conozcan mi historia y la vean como ejemplo. Mi familia también, mis hijos, a quienes en su momento no tuve con que comprarles un par de zapatos. Siempre hay que soñar y buscar la realidad de eso porque no basta con solo imaginarlo.

Mientras otras personas están pensando qué van a hacer, hay otras que ya lo pensaron y lo están haciendo. Save the Children me permitió materializar esos sueños e impactar directamente en mis hijos, a quienes por un tiempo no tuve respuesta para el fenómeno de la migración”, nos relata Edgar sobre su vida y la voz se entrecorta al recordar a sus hijos. Un joven de 28 años, casado, fue quien primero hizo abuelo a Edgar con una bebé que hoy en día tiene dos años. Al paso, su hija de 24 años de edad, con un bebé también de dos años y su hija menor de 17 años son quienes componen su núcleo familiar. “Aunque mis hijos mayores ya tienen su hogar, yo no dejo de responder por ellos y ayudarlos en lo que más puedo. Así como mis padres conmigo, quienes están bien si yo lo estoy, así como yo con mis hijos. Dos pantalones, cuatro camisas y un par de botas fue lo que me traje de Venezuela. Pero, me vine con la convicción de que la salida de mi país era para mejor”, comenta.

De sus experiencias vividas, Edgar busca dejarle a la niñez colombiana y venezolana herramientas que le permitan superar su situación de vulnerabilidad en el cumplimiento y protección de los derechos humanos. “Con mi historia y todo lo que puedo entregar a través de Save the Children busco que los niños y niñas, independientemente de su país, puedan tener conocimientos para toda la vida, porque de nada nos sirve acompañarlos durante media hora si ellos no tienen al alcance, una independencia para vivir su vida con la garantía de los derechos en espacios de alto reconocimiento”, complementa.“Vale la pena luchar por los sueños”, con su frase de vida Edgar concluye su relato.

Contexto e Información del proyecto:

Arauca es la capital del departamento de Arauca, que se ha caracterizado por la afectación que ha vivido la población de esta región del país, a causa del conflicto armado, al tener presencia de diferentes grupos armados como el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), estas últimas dejaron de ser un grupo armado ilegal con la firma del acuerdo de paz. Sin embargo, en el territorio aún hacen presencia los grupos disidentes, todos ellos afectando de manera directa a la población, en especial a los niños, niñas y adolescentes, quienes se ven expuestos a enfrentamientos, bloqueos, atentados, entre otras.

Ante este panorama, Save the Children de desarrolla espacios amigables, lugares donde se busca prevalecer la protección de niños, niñas y adolescentes en condiciones de mayor vulnerabilidad con factores de desigualdad, la falta de acceso al agua potable, la salud y la educación de calidad, y que han generado situaciones de violación de los derechos de la niñez. Para cada espacio amigable hay un voluntario y un tutor, quien se encarga de la educación y el cuidado de los niños, niñas y adolescentes. La mayoría de los niños y niñas que acuden a los espacios amigables están expuestos a la violencia doméstica, los conflictos armados, el reclutamiento y las inclemencias del tiempo que azotan la zona.

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