Alicia es una mujer venezolana de 36 años, lleva 4 años viviendo en Colombia con sus hijos. Alicia es sobreviviente de violencia sexual y basada en género (VSBG) y nos compartió todo el aprendizaje que ha tenido sobre esta vivencia.
La historia de Alicia en sus propias palabras:
“Llegué a Colombia hace cuatro años, eso fue en el 2018, cuando viajé con mis tres hijos y mi esposo. La situación en Venezuela estaba difícil, no se conseguía trabajo o comida y decidimos salir del país con la ilusión de poder sacar a nuestra familia adelante. Así, reunimos todos los ahorros y viajamos por trochas. Durante ese viaje yo pensaba en todo lo que estaba dejando atrás: mi familia y mi casa, que con tanto trabajo nos costó tener. Cuando llegamos a Colombia tuvimos la oportunidad de entrar a un refugio por dos meses. Mi esposo empezó a ayudar en el refugio porque él es maestro de obra y técnico en electricidad, él colaboró muchísimo allí haciendo servicio social. Durante ese tiempo nos facilitaron alimentación, estadía y, al finalizar, nos dieron un incentivo monetario.
Con ese dinero logramos pagar un mes de arriendo de una casa, y comenzamos a vender en la calle para poder ir satisfaciendo nuestras necesidades básicas. Mi esposo consiguió unos días de trabajo con el ingeniero que estaba a cargo de la obra del refugio. En ese momento todo marchaba súper bien, hasta que llegó la pandemia en el año 2020 y todo se desestabilizó, ya no había trabajo fijo y no teníamos dinero para solventar la alimentación, mi esposo había comprado una moto para trabajar pero, con ese contexto, no pudo trabajar y la fue vendiendo por piezas, y así hizo también con otros electrodomésticos.
Después de un tiempo, mi pareja comenzó una amistad con personas que no conocíamos bien, tomaba los fines de semana, a veces no llegaba a dormir, siempre estaba enojado, triste o desesperado, continuó tomando y empezó a consumir drogas. Ese tiempo fue horrible para mí porque él se transformó, me maltrataba, me golpeó muchas veces, me insultaba, yo pensaba que él lo hacía por la situación y trataba de entenderlo, hasta que una noche llegó muy borracho y me obligo a estar con él. Yo no quería, pero él tenía más fuerza que yo, esa noche fue horrible para mí, me quería morir, pero también pensaba en mis hijos y ellos me daban fuerza para seguir adelante.
Me sentía sola, porque aquí no conocía a nadie, estuve dos años con él, aguantando. Eso fue como estar en la cárcel, me sentía presa y sin ayuda. Hasta que, este año, decidí regresarme a Venezuela en marzo, junto con mis dos hijos menores, porque mi hija mayor se había comprometido y ya vivía con su pareja. Entonces me devolví con el poco dinero que tenía. Cando llegué a mi país, busqué trabajo para poder alimentar a mis hijos y nada me salía, estuve intentando un mes y medio y otra vez regresamos a Colombia para empezar desde cero.
Cuando volvimos, no encontramos nada en la casa, hasta los uniformes de los niños los había vendido. Yo retomé mis ventas en la calle con un préstamo que hice y, con ese dinero, pagaba una pieza y compraba la comida. Un día, el papá de los niños llegó borracho y empezó a insultarme, hasta sacó un machete y me amenazó delante de los niños. A partir de ese episodio, mi hijo de 7 años se estaba viendo afectado, la profesora me decía que el niño no prestaba atención a las clases, solía agredir a las niñas y, al pasar los días, no quería ir a la escuela. Él dibujaba muñecos sangrando y un día me dijo que tenía miedo de que su papá me hiciera algo malo.
Esa situación me preocupó mucho y yo le comenté a mi hija mayor, ella me habló de la fundación Save the Children, con la que ella realizaba su atención de control prenatal y apartó una cita con trabajo social. Yo no estaba segura de ir porque me daba miedo, pero decidí hacerlo por la salud de mi hijo. Eso fue en el mes de julio, la persona que nos atendió fue muy amable, me brindó información sobre los servicios de la organización.
La trabajadora social me citaba cada semana para saber cómo iba nuestro proceso, y a mi hijo lo atendía una psicóloga que lo escuchaba y lo orientaba. El niño mejoró muchísimo y se reintegró al colegio. Ahora siento satisfacción porque la profesora me dijo que el niño sale el 20 de noviembre porque va súper bien a nivel académico. Yo aproveché esos encuentros para desahogarme, y sanar mi alma por toda la violencia física, psicológica, económica, sexual y patrimonial que había vivido. La trabajadora social me llenó de esperanza a estar libre de maltrato y también me enseñó, por medio del “Violentometro”, los tipos de violencia. Con esa actividad, siempre me identificaba en cada comportamiento, porque era lo que vivía con mi pareja. También aprendí a hacer ejercicios de respiración cuando me sentía triste e impotente.
Para mí este proceso no fue fácil, hablé de la violencia que había recibido por parte de mi expareja. La trabajadora social me guió en cómo poner la denuncia como una medida de protección, ella me acompañó, fuimos y coloqué la denuncia ante la Comisaria de Familia y la Policía. Él finalmente acudió a la citación por la Comisaria, entró a un centro de rehabilitación por el consumo de alcohol y sustancias psicoactivas, no me agredió más y mis hijos y yo logramos tener una buena relación con él. En la actualidad, vive con nuestra hija mayor en Perú en búsqueda de un mejor futuro.
De verdad, me siento súper agradecida con Save the Children y la trabajadora social porque pude mejorar mi salud mental y mis hijos tienen un mejor entorno familiar, ya que no hay violencia. Mi expareja pudo rehacer su vida, y la organización nos apoyó para que mis hijos pudieran acudir a servicios médicos.
Podría resumir en dos palabras mi experiencia con la organización: “tranquilidad y esperanza”. Tranquilidad porque después de sentir tanto desespero, de no saber qué hacer o pensar en quitarme la vida, sentí tranquilidad porque me encaminaron a hacer las cosas como debían ser. Y esperanza porque me dieron ganas de continuar, de no detenerme por esos sueños que queremos y por sacar adelante a mis hijos. Le dejo un mensaje a las mujeres maltratadas, no se callen, que hay que hablar, no hay que sentir miedo, que el miedo hay que dejarlo allí y buscar ayuda”.
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