En Venezuela hace 12 años, se conocieron Carmen y Julio de 20 y 22 años respectivamente, decidieron conformar una familia y vieron nacer y crecer a sus 2 hijas. Hace 4 años aproximadamente decidieron disolver su relación de pareja, atendiendo a que se maltrataban física y psicológicamente de manera constante.
En ese momento, Carmen decidió hacerse cargo del cuidado y sostenimiento de sus hijas, y eso le implicó aceptar cualquier oferta laboral disponible, aunque estas requirieran un alto esfuerzo físico, como ser obrera en una construcción, por ejemplo. Ella comenta que esto no era importante, ya que le permitía seguir adelante y cubrir sus necesidades básicas y las de sus hijas. Sin embargo, al costo de dejarlas mucho tiempo solas. Las niñas recuerdan esa época como algo triste, por la ausencia de su progenitora en largas jornadas, además de vivir fantaseando sobre una familia feliz.
Carmen recuerda que era una época muy difícil, su situación económica solía empeorar, además de la preocupación que sentía por el cuidado y protección de sus hijas, guardaba para ella misma muchos de sus sentimientos y se incrementaba su sensación de inseguridad y malestar emocional con el paso de los días.
Jamás se imaginó que la situación socioeconómica de su país las llevaría al punto de no contar con alimentos diarios, acceso efectivo a un sistema de salud, la deserción escolar y un espacio de vivienda frágil y empobrecido. Sus hijas empezaron a tener episodios de tristeza profunda, lloraban constantemente, se sentían inseguras con mucho temor y hasta con la incapacidad de resolver asuntos sencillos de su cotidianidad. A toda esta situación, se sumó para la familia el inicio de la pandemia por la COVID-19. En ese momento, todos los problemas que venían afrontando se fueron agudizando y se minimizaron las pocas oportunidades con las que contaban, al punto de no disponer de un ingreso económico ni acceso a alimentos.